A veces hay antojos de un pronto a otro, pero a mí se me antojan las cosas más raras: subir al volcán Irazú para ver el atardecer.
Cuando se vive tan cerca y se ve a este gigante por encima de uno tan despejado y listo para ser visitado, es imposible resistirse.
Viendo la vista, queriendo volar por encima de las nubes infinitamente suaves, le agradezco al universo por estos pequeños regalos que nos da.