Planicies extensas, horas infinitas en carretera (ya sé que no son infinitas, ni siquiera se toma un día completo para recorrerlas; déjenme ser melodramática), árboles a ambos lados, la luz bailando en el vidrio del carro, el viento fuerte y fresco, la música a todo volumen. Esta es la forma de recorrer mi hermoso y diminuto país. Mejor aún si le agrega buena compañía.
Costa Rica es un pequeñísimo país, con montañas, selva, playas, bosques (de todo tipo) y calles en pésimo estado pero que van de frontera a frontera y de costa a costa, conectando todos los pueblos existentes. Guanacaste, al lado de la frontera nicaragüense, es la provincia más grande, con montañas, volcanes, infinita cantidad de playas y de árboles de Guanacaste, imponentemente enormes en medio de los pastizales.
En mi último viaje a esta hermosa provincia, aproveché para tomarme tiempo para mí misma y detenerme al lado del camino, cruzando los dedos para no derretirme del calor al salir de la seguridad del aire acondicionado del carro, y tomar algunas fotografías.