La primera vez que estuve en Suramérica (realmente estuve, no sólo para hacer escala) fue el diciembre pasado, en la bellísima, y a veces olvidada, Bolivia. Un país enorme, lleno de desiertos y llamas y cholitas; lleno de sabiduría autóctona y de costumbres sagradas; un país lleno de contrastes.
Volví de esta rica tierra recargada de sabiduría, de paz en mi corazón y con mis horizontes terrenales y espirituales más abiertos y expandidos.
Bolivia se caracteriza por tener una de las ciudades altiplánicas más grandes del mundo. La Paz, situado entre 3000 y 4100 metros sobre el nivel del mar, es una ciudad loca, llena de gente, de edificios altos y nuevos, de casas multifamiliares infinitamente altas de color ladrillo, de iglesias viajes e imponentes, de montañas altas y nevadas a lo lejos, de paredes rocosas gigantes tragándose la ciudad, de transporte público que va por los aires, bien por encima de uno, de puestos callejeros de venta de comida nocturna.
Cerca de esta importante ciudad, se encuentra uno de los centros arqueológicos más importante, lleno de sabiduría antigua y de misticismo natural. Tiahanaco (o Tiwanaku), donde el sol impacta de manera potente y diferente, donde se ven nubes más blancas y cielos más azules, donde los pájaros no tienen miedo, donde se esconden hermosos secretos por debajo de la tierra.
Un punto conocido de Bolivia es el Lago Titicaca, el cual comparte con su país vecino, el famoso Perú. Dentro de este lago, hay islas altiplánicas - sí, islas altiplánicas. Por ejemplo, el punto más alto de la Isla del Sol se encuentra a más de 4000 metros de altura. Entre la belleza natural, los caminos de piedra originales de los incas y las creencias autóctonas que aún rigen el lugar, no puede uno dejar de suspirar del amor y la emoción.
Uno de los atractivos principales de Bolivia es su extensión - enormes carreteras que se extienden por días y días (de verdad no exagero; luego de 9 horas nalga en una buseta, puedo decir que lo he vivido todo), rodeadas de planicies y montañas y desiertos y atardeceres y llamas y nubes locas.
Al final de la tierra, junto a las fronteras con Chile y Argentina, está el inmenso e imponente Salar de Uyuni. Gigante en dimensiones y en bellezas naturales, encierra en sus casi 11,000km cuadrados salares, desiertos, lagos, volcanes, montañas y diversas especies animales, incluidas alpacas, llamas, guanacos y vicuñas (todas familia), vizcacha (conejito andino), flamencos, zorros, entre otros. Este vasto lugar alberga leyendas y, en su viento intenso que pega bajo el fuerte sol andino, todo mal sentimental parece curarse.
Después de ver todas estas maravillas naturales, quedo infinitamente agradecida con la pachamama, por darme la oportunidad de apreciar la vida de una perspectiva diferente.